¡Al sofisticado rico Polbo á feira!
- AAJ
- 23 may 2017
- 4 Min. de lectura
Hace dos fines de semana llegó el tan deseado Día de la Madre, o a mi parecer lo que debería llamarse "Día de la No Madre". O sea, de la madre que ese día "no existe" en el sentido más literal de la palabra, o no debería existir. En definitiva: que la mamá de turno coge y se va a hacer lo que todos los días como madre no puede.
No es que no nos guste ser madres, es que lo que más añoramos de serlo es "no serlo por un día".
Pero esta publicación no quiero dedicarla a tan petardo tema que hará que los solteros o aquellos sin hijos lo aborrezcan.
Días antes de la celebración del día que pasaremos a llamar "D", mi "marido" decidió por otros motivos adelantar el evento. Y este año lo hizo bien, ¡para qué!: cena solos para sentirme "no madre" otra vez, atractiva por unas horas y piripi al finalizar el día.
Para ello hizo una reserva en un reciente restaurante gallego en la zona conocida como "G" de "gourmet" de Bogotá.
Me puse mis mejores galas, me rocié con el último invento que me vendió la sexologa (aquella que en una conversación me sugirió una amiga que debíamos llamar para que nos diera una charla y que finalmente nos la terminó dando en su despedida de soltera a nosotras y a otras ocho mujeres-señoras-señoritas más).
No contaré más sobre esta porque creo que dedicaré otra publicación a describir los artilugios existentes en este campo que para mi eran demasiado inexistentes.
Volvamos a nuestro tema: aún siendo una persona que escapa de lo español en Colombia, ese día tenía mono de comida de mi tierra y había que aprovechar porque mi "marido" había hecho una reserva.
Sabiendo que esta es la zona donde obvio no esperas encontrarte el restaurante con encanto gallego, por lo menos si piensas dar con algo con un poco de gracia.
Aún conociendo el nombre de los dueños, los cuales no nombraré por respeto, debería haber pensado que sería algo más farandulero que otra cosa, pero nunca me pude imaginar que hicieran tal aberración de algo de lo que podían haber sacado mucho sabor.
La verdad que no entiendo por qué en Bogotá les gusta tanto la sofisticación y hacen de algo como un Polbo á feira un enredo de sofisticación que hasta ellos mismos (camareros, sommelier, cocinero, recepcionista) se enredan.

Un restaurante que se vende como gallego pero que es una casa decorada a la última moda, sin ninguna referencia a las tierras gallegas, a su artesanía y gracejo, que los camareros son cero naturales y más estirados que un monaguillo en su primera misa y que vende la ginebra gallega con toda clase de aderezos, no es un restaurante gallego, perdónenme pero les están estafando.
¿Por qué tengo que tomarme un Polbo á feira mientras oigo la misma banda sonora que tienen todos los restaurantes de moda de Bogotá que es una mezcla de acústico de la banda sonora de "Game of Thrones" y el último hit de discoteca de la lista Billboard?.
Esas lámparas, esa vajilla sin hacer para nada alusión a España y mucho menos a Galicia, esas paredes de ladrillo visto que lo único que transmiten es frío (y no me refiero a la temperatura). En resumen: esa sofisticación que no entiendo a qué se debe.
¿Sabéis cual es el problema? que si ese restaurante no estuviera rodeado de todas esas sofisticaciones, el 95% de los que van, no iría. Porque a pesar de que la comida estuviera mucho mejor de lo que esta, preferirían seguir oyendo la banda sonora acústica de "Game of Thrones" en otro restaurante de moda de Bogotá en vez de una música de gaitas (medio versionada, eso si, para que tampoco parezca que estamos en el pueblo).
Con lo rico que es comer un Polbo á feira en la taberna centenaria de un pequeño puerto pesquero, oliendo a mar, donde sus paredes de azulejos antiguos están llenas de fotos de cómo era el lugar en antaño. Donde su dueño de 80 años es el bisnieto del fundador y mientras te pone tu vinito blanco te cuenta la historia de su vida y de paso la de su familia. Eso no tiene precio, porque no se le puede poner, como tampoco se le puede poner una estrella Michellin -que dicho sea de paso, para los que no lo saben, hay cientos de restaurantes mejores que deciden no entrar, o que entraron y se salieron, de ese juego inventado por la guía Michellín hace años-.
Si algo tiene de encanto el conocer el arte culinario de otro país en un restaurante es sentirte en el país, que te hagan transportarte hasta allí no solo a través de su comida sino de todo lo que le rodea (música, camareros, ambiente).
En resumen, la lluviosa noche en Invernalia (tanto por la música como por el frío) se salvo porque nosotros le pusimos ganas y alegría, porque el Polbo á feira no estaba malo (aunque las chuletas de cordero nefastas y las croquetas pasables) y porque pude tomar un Luis Cañas (el cual recomiendo por calidad-precio aunque no es barato).
Aunque lo mejor de todo fue darme cuenta de que el perfume que la sexóloga nos vendió en aquella noche de amigas y vino, funciona...
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