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¿Por qué, por qué... los domingos por el fútbol me abandonas?.

  • AAJ
  • 27 may 2017
  • 4 Min. de lectura

Pues a mi me pasa eso, pero no solo los domingos sino a veces incluso también los sábados. Y no solo con el fútbol, si hay ciclismo bienvenido sea; tenis, ni te cuento; automovilismo, e incluso los programas de comentaristas futboleros con trajes demasiado horteras son un hit en mi casa.


Cuando uno es soltero puede quedarse haciendo zapping entre ESPN1, ESPN2, ESPN3, o por el canal de ESPN que ya vayan, (aunque yo siempre seré más de películas). Pero ahora, cuando uno ya entra en el modo familia y tarda literalmente cinco horas en salir de su casa, no hay fútbol, ni Nayro, ni James que valga.


La escena es la siguiente: cuando asomo mi cuerpo por el comedor ya puedo oír al locutor de turno casi ahogándose de su ímpetu en la frase que dice, mientras mi hijo mayor grita: ¡vAmos Nayronman! y mi “marido” ronca al ritmo del pedaleo del líder del momento.


Cuento todo esto porque creo que no debo ser la única mujer identificada con este fenómeno no tan paranormal hoy en día.


Me decido a ir a la cocina para preparar el desayuno y dejo el jugo de naranja para el hombre de la casa porque es lo único que aborrezco hacer. Nos sentamos todos juntos en la mesa del comedor, pero eso si, con la banda sonora no de una película (como me gustaría a mi) sino del Giro.


Hablamos de los planes posibles para hacer en el día y qué casualidad que mi “marido” opina que justo debemos ir a comer a la 1 cuando siempre lo hacemos a las 3, y qué casualidad que su plan coincida con el comienzo del partido de la final de no sé qué copa.


Finalmente, y viendo el panorama, prefiero no discutir y ceder en su fútbol.


Llegamos hasta el restaurante que sabe tiene una pantalla del tamaño de pulgadas de su agrado. Pero no sirve que, como siempre, yo me baje del coche para comprobar si hay mesas libres. En este caso tiene que ser él quien compruebe con sus propios ojos que hay una mesa con el ángulo perfecto para visualizar los goles del Madrid.


Y te paras a pensar: ¿qué han hecho esos hombres por el mundo? (los jugadores), salvo inventarse cortes de pelo... Siempre ganan los mismos, si, pero sería un pecado que un equipo que se gasta millonadas en sus jugadores mientras la mitad del mundo se muere de hambre, pierda.


Otra cosa que no entiendo es que un equipo meta seis goles a su contrincante. ¿Qué necesidad tienen de hacerle pasar tal ridículo a los jugadores del equipo perdedor?.


Antes hacia piña con mi madre y terminábamos viendo pelis el día de partido, pero ahora que soy una contra cuatro me toca aguantármelo y a veces hasta colaborar en el plan de ir al estadio cuando vamos a Madrid.


¡Mira! otro de los puntos positivos de irnos a la capital española a vivir: los días de fútbol ya podré ver lo que me de la gana en la televisión porque él se irá al estadio.


Tras pensar en todas estas cosas mientras mi “marido” no quitaba ojo a la pantalla, pagamos la cuenta.


Ahí es cuando se debió sentir algo culpable y cogió el coche dirección tienda para comprar un tema pendiente desde hacía tiempo en la casa. Ya ni siquiera era para comprar algo para mi, sino para la casa…


Tras dicha compra, creo que mi “marido” se seguía sintiendo culpable y se ofreció quedarse con los niños mientras yo iba sola a cambiar unos regalos del día de la madre. O quizá era que después de tanta emoción con el fútbol quería dormirse una siestica mientras los niños veían una peli...


Mala idea.


Me trasladé hasta Unicentro, para ser más exactos hasta Falabella. Nunca había hecho una inmersión tan grande en este centro comercial o como lo quieran llamar.

¡Qué tienda, qué desorden, qué olores, qué montones de ropa!. En serio, ¿alguien se aclara en esa tienda?.

Para empezar, ¿alguien no ha pensado que si un dependiente está de cara al público debe por lo menos no oler feo o no tener la cara llena de granos?. No es discriminación, es estrategia de ventas.


Busca, rebusca, ropa sin ningún orden, marcas desconocidas, música nada atractiva para comprar, un calor tremendo que piensas que puedes estar entrando en la menopausia con esos sofocones.


Tras varias probaturas me decido pero me toca ir a servicio al cliente. Me traslado hasta allí, tomo un numerito, me siento, espero 10 minutos, me llaman, tardan 15 minutos en hacerme el cambio y encima me toca pagar excedente. Ya aburrida, o mejor dicho “mamada”, decido pagarlo y largarme de esa tienda a la que ojalá no tenga que volver nunca más.


Me voy a Adidas a cambiar un body/sujetador/cosa rara para hacer deporte. Intento subir las escaleras mecánicas a un ritmo medianamente rápido pero las personas de delante no me dejan. Y es que aquí eso de hacerse a un lado para dejar pasar, no se estila.


Llego a casa y los niños ya estaban cenados y acostados (gracias mi amor). Mi tercer niño se sentó en su sillón a seguir viendo por enésima vez los goles del Madrid contra el Málaga (por lo menos me enteré de quienes jugaban).


Me acosté pero el fútbol no acabó ahí. Ahora era el momento de ver en redes a aquellos que posan con la camiseta de su equipo ganador, a aquellos que dan gracias a Dios porque hayan ganado o lo peor de todo, a aquellos que ponen corazones en la esquina de la foto de su equipo recibiendo la copa en cuestión.


Finalmente, el domingo terminé abandonada por el fútbol pero en mi cuarto, en silencio y haciendo lo que más me hace desconectar: escribiendo la que sería mi última publicación.

 
 
 

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