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Entre basura anda la felicidad en Rosales.

  • AAJ
  • 28 may 2017
  • 3 Min. de lectura

Hoy ha sido un día duro. De esos que te hacen recapacitar y pensar.


Si inicialmente no me había hecho ninguna gracia que la administración de mi casa quitara el arbolito que queda frete a la ventana del cuarto de la tele y que da a la calle, hoy he cambiado de opinión.


Es verdad que no es muy difícil molestarse con la administración de este edificio. Ellos prefieren solucionar el tema de los excrementos de los perros en la calle de nuestra cuadra, poniendo carteles avisando de tirarlos y depositarlos en la caneca más cercana, pero se niegan a poner una papelera. ¿A qué caneca cercana te refieres si no la quieres poner? ¿A la que queda a seis cuadras? En fin…


El caso es que al llegar a casa de un generoso almuerzo he ido a bajar la persiana para ver una película con mi hijo mayor y justo detrás de donde se suponía tenía que estar el arbolito cortado, se encontraba una familia (abuela, hijo, mujer, hermano y niño) reciclando basura.


A pesar de encontrarnos en una de las mejores zonas de Bogotá, podemos seguir viendo en pleno siglo XXI estas escenas. Lo peor de todo es que pensemos esto mismo. ¿Por qué aquí no pero en otros sitios no nos importa?, ¿por qué verdaderamente me molestó que quitaran el arbolito?, ¿sería porque sé que allí se ponen los recicladores?.


Probablemente en Bogotá todos los días se vean estas escenas en cada esquina y somos indiferentes a ellas. No nos importa. Ahora, cuando nos toca frente a la casa, es caso aparte.


Estoy segura que si hoy hubiera habido invitados en mi casa no hubiera faltado el típico comentario sobre la escena y casi todo el mundo hubiera pensado lo mismo: que maluquera tener la vista de unos recicladores desde la ventana del cuarto.


Pues señores, ese es un trabajo igual de respetable que otro o que muchísimos otros.


Se me ha roto el alma ver a un niño de tres años que se llama Juan Pablo entre basura. Pero al fijar la vista, me he dado cuenta que la sonrisa le atravesaba el rostro mientras saltaba entre cartones. Luego he pensado en esa misma sonrisa de Nicolás cuando hace lo propio en la cama de sus padres.


¿Por qué iba a tener lástima de Juan Pablo?. Estaba feliz. Mucho más feliz que aquellas niñas que esta mañana jugaban en el parque con sus niñeras porque sus padres no pudieron prestarles ni unos minutos de atención.


Al rato el alma se me ha curado cuando mi hijo me ha dicho que quería salir a regalar a Juan Pablo un juguete para que se llevara a su casa y, además, poder estar con él un rato.


Y ahí han estado. Golpeando coches de juguete durante 20 minutos. Sin discriminación, sin importar de donde era uno o el otro, riéndose. ¿Por qué los adultos somos así? ¿Por qué no guardamos algo de esa inocencia? ¿Por qué nos enseñan tan mal?.


Muchos no comprarían mi casa porque frente a su ventana se ponen los recicladores. Pues si, no es muy agradable, pero es gente igual de respetable. Tienen los mismos derechos pero quizá no han tenido nuestra misma suerte, o quizá de verdad hayan escogido vivir así. Parecen tener menos preocupaciones y tras varios minutos observándoles parecen ser una gran familia.


Nos complicamos la vida tanto y tenemos tantas aspiraciones que nos olvidamos de lo realmente importante: de querernos y de pensar lo que podemos hacer por el otro.

No cuesta nada regalar una sonrisa, un te quiero o un abrazo. A cualquier persona.


Seguiré observando a través de la ventana a la familia de Juan Pablo y si Nicolás puede no dudaré en que baje a jugar con él (a pesar de lo que puedan comentar mis vecinas).

Les seguiré observando no por mirar basura, sino porque representan lo que muchas familias no son y quisieran ser.


 
 
 

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UNA MUJER NO ADAPTADA, ni apta, PARA LA VIDA MODERNA

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